Mariposas de humo
Pero qué mal intento escondernos uno del otro en la misma cama.
Barricadas de almohadas y silencio son inútiles para borrarnos
y no deja de sangrar nuestro espejismo.
¿Será que respiramos demasiado pronto, demasiado cerca
o que boca a boca se acaban los presagios, el aire, los tinteros?
¿Será que no hay manera de tocarse en calma
y abrigar nuestro último latido?
Juego a venir desnuda sintiendo que me quieres.
Juegas a desnudarte y a quererme.
Y después, amanece y nada es de nosotros.
Hay una belleza tan simple en la generosidad doméstica,
en ceder una toalla, regalar una naranja
o brindar un pedazo de cielo en la ventana para ver despertar las mariposas.
Tan hermoso como sacar la mano de la rabia y tocarte el pelo,
mientras susurro:
“no fue nada, solo una sombra pasó volando, ya se ha ido”.
Pero no escucho mi sonido ni mi alma canta,
y se alza desde el fondo un mar de espinas y rugidos,
un mar de dientes,
que rasgan tu cuello por pulgadas.
No tengo recuerdos,
en el cuerpo,
de la voz de tu ternura.
Se me olvidó la calle y el número de afuera.
Perdí la fecha que buscamos.
No me acuerdo de su nombre.
Circulemos pues en estos túneles blancos,
envueltos en fundas y manteles,
para no ver nada de frente, nada
que recuerde y nos parezca
una semilla.
Mira, te traje hoy como regalo
un pañuelo,
para que cierres los ojos y no importe
si ya no me encuentras.
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