Humo Mariposa

Friday, September 02, 2005

Una vez supe que jamás volverías

Una vez supe que jamás volverías, que la primavera
y los jarrones estaban desahuciados, las alas marchitas,
las llamas extintas y el silencio era una hoja sin catedral.
No sé cómo explicarte
Corazón mío
la terrible soledad que sin tu cuerpo me habita.
La difícil tarea de cortar a diario el jardín que
evoca tu nombre: acabar con las malezas, los pétalos,
los floridos territorios que me hicieron ser mujer y sonriente.
Trabajar cada día para olvidarte un poco,
como si de verdad pudiese borrar la huella de tu piel de mi cadera;
como si mañana, al mirar atrás, con las ventanas abiertas,
el pasado no existiera, ni el 29 de junio, ni el 12 de agosto,
y mucho menos el 22 de noviembre.
Todas esas fechas pasmosas y terribles,
juramentos, nuestras bodas,
nuestra sangre prometiéndose la vida.
Qué hago ahora con las lágrimas, que no quieren ser domésticas,
con el corazón herido y deshojado,
sin tu abrazo, oye, sin tu abrazo ¿te das cuenta?
Cambiaría la historia, mira:
un abrazo tuyo, marítimo y cercano, cariñoso como tu niñez eterna,
y tu vocación traviesa por la risa fácil;
un abrazo que dijera “yo te quiero” y que tomara los hilos,
los despojos, las migajas de nosotros con los labios
y tocara con la punta de los dedos las estrellas heridas.
Así podría, nuevamente tejerse el cuerpo doble, y esperanzas
y polen bailarían.
Pero hoy estoy aquí, barriendo los portales,
para que tu polvo y tus vestigios
se vayan al carajo
y nunca más me duelas ni me mates la fe
ni los pájaros.

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